16 enero 2014

EL CATOLICISMO ROMANO A LA LUZ DE LA BIBLIA.

EL CATOLICISMO ROMANO A LA LUZ DE LA BIBLIA.

30 de diciembre de 2012 a la(s) 13:40


DIFERENCIAS ENTRE LA DOCTRINA CATÓLICA Y LA BIBLIA

 NOTA DEL AUTOR: Con la presente exposición no deseamos promover las discusiones teológicas, ni mucho menos herir la sensibilidad de aquel que profese la religión Católica. Solamente presentamos lo que la Biblia enseña, comparando las verdades bíblicas con los dogmas que a través de los siglos la Iglesia Católica ha ido incorporando en la llamada Tradición eclesiástica. Por lo demás, las afirmaciones vertidas en esta sección son hechas con mucho respeto y cariño a nuestros amigos católicos.




¿Cómo se alcanza la Salvación?

La Doctrina Católica enseña:

Solamente dentro de la Iglesia Católica se puede hallar la salvación. Es obligatorio aplicar el bautismo infantil para quitar el pecado original, y así obtener la salvación del alma. Las buenas obras son necesarias para alcanzar la vida eterna. La observación y el cumplimiento de los sacramentos son necesarios, pues son colaboradores de nuestra salvación.



La Biblia enseña:

Encontramos innumerables versículos en las Santas Escrituras exponiendo claramente que la Salvación se halla solamente por la fe en Cristo, recibiéndola en forma directa de Él mismo, ya que Jesucristo es Dios eterno e infinito:




«Yo soy la puerta (Jesucristo); el que por mí entrare, será salvo» (Juan 10:9). 

«Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo(Jesucristo), dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12). 

«Mirad a mí (dice el Señor), y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más» (Isaías 45:22).

«Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Romanos 10:13). 

«Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Romanos 10:9). 


Ni bautismos sagrados, ni ritos santificadores, ni sacramentos purificadores, pueden aportar nada a la Salvación, que es otorgada a todo pecador arrepentido que acude al Señor y deposita su confianza en Él. «Y yo (Jesucristo) les doy vida eterna» (Juan 10:28).

La invitación de Jesucristo sigue siendo actual: «Venid a mí  todos» (Mateo 11:28). «Y el que a mí viene, no le hecho fuera» (Juan 6:37). Sin embargo, pese al ofrecimiento divino, son muchos hoy los que lamentablemente rechazan la oferta de salvación. Él mismo dijo: «Y no queréis venir a mí para que tengáis vida» (Juan 5:40).


Las buenas obras y la Salvación 

La Doctrina Católica enseña:

Para ser salvo del infierno y entrar en el cielo, aparte del bautismo, hay que perseverar en la Iglesia Católica, participando de los sacramentos y demás obras adicionales. Así, permaneciendo en amor, se contribuye para la perfecta salvación y nuestra entrada en el cielo.La idea principal es que la salvación depende de nuestras buenas obras. De tal manera, y según el viejo adagio católico: ¡El bueno irá al cielo y el malo al infierno!







La Biblia enseña:

Si la salvación eterna depende de nuestro obrar, estamos todos eternamente perdidos, pues nadie puede cumplir la perfecta ley de Dios:





«Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia (Isaías 64:6). 

«Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él» (Romanos 3:20). 

«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:8,9). 

«Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo» (Gálatas 2:16). 

«Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo» (Tito 3:5). 


Si aceptáramos que la salvación es ganada por nuestros esfuerzos personales, admitiríamos en consecuencia que Cristo no pagó en la cruz por nuestros pecados, y que su obra expiatoria fue insuficiente para nuestra redención. La Escritura es muy clara y precisa al respecto: «Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1ª Juan 5:11,12).

La pregunta surge sola: ¿Tiene Ud. a Cristo en su corazón...?


La devoción a la Virgen María

La Doctrina Católica enseña:

La virgen María es nuestra intercesora delante de su hijo Jesucristo, y por lo tanto uno de los mejores caminos que llevan a Dios. Es nuestra abogada y auxiliadora. La Santísima Virgen María ocupa el privilegiado lugar de Cooperadora de la Redención, porque colaboró con su fe y su obediencia libres a la reconciliación de los hombres.

- En la fotografía se puede observar al ya fallecido Papa Karol Wojtyla postrado de rodillas ante una estatua: la Virgen de la Caridad, en el Santuario Nacional de San Lázaro, Cuba.





La Biblia enseña:

Jesucristo es la Puerta, el Camino, el Abogado, el Mediador... Pero, la Biblia no enseña acerca de que María sea el camino a Dios, auxiliadora, corredentora o mediadora:





«Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1ª Timoteo 2:5).

«Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1ª Juan 2:1). 

«Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6).

«Yo soy la puerta (Jesucristo); el que por mí entrare, será salvo» (Juan 10:9).


La Biblia resulta determinante acerca de la autoridad de María otorgada por la Iglesia Católica. En cierta ocasión Jesús afirmó: «¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre» (Mateo 12:48-50). 

De igual modo respondió con firmeza ante la declaración de una espontánea del público: «Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan» (Lucas 11:27,28). Por supuesto, Jesús no quiso desacreditar a su madre, sino más bien a aquellos que ya comenzaban a otorgarle ciertas atribuciones de autoridad mal entendida. Con los siglos la Doctrina Católica ha caído en el mismo error, creando todo un monumento doctrinal a la madre de Jesús, donde en realidad la Biblia no lo contempla en ningún lugar. Por ello Jesucristo ratificó en varias ocasiones: «Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen» (Lucas 8:21).

En definitiva, ni Jesucristo, ni tampoco los mismos apóstoles, nos indican en ningún lugar del Nuevo Testamento que acudamos a María, ni para brindarle adoración, ni tampoco para recibir sus favores como intercesora o corredentora delante de Dios. «Un solo mediador, Jesucristo», hemos leído en el texto bíblico anterior. Nos preguntamos: ¿No es mejor honrar la memoria de María, siguiendo su consejo, cuando en las bodas de Caná, y señalando a su Hijo, dijo a los que servían: «Haced todo lo que él (Jesucristo) os dijere». Y ésta, precisamente, fue la recomendación de María que todos los cristianos hemos de seguir: Haciendo todo lo que Jesucristo nos dijere...


La oración o adoración a los santos e imágenes

La Doctrina Católica enseña:
Es lícito orar a quienes, debido a sus buenas obras, han sido declarados santos por la Iglesia Católica, ya que están en la presencia de Dios, y su labor es cuidar de aquellos que han quedado en la tierra... Su intercesión por los hombres es el servicio que están prestando en el cielo, según el plan de Dios. Debemos así rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.







La Biblia enseña:
La Biblia prohíbe explícitamente el hacerse imágenes, esculturas, y postrarse ante ellas, en petición, adoración o ruego. Contrariamente al mandamiento bíblico, en la foto anterior hemos visto al que fue un máximo representante de la Iglesia Católica arrodillándose ante una imagen… Con todos los respetos afirmamos que no se debe practicar dicha doctrina antibíblica:


«No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás» (Éxodo 20:4,5).

«Guardad, pues, mucho vuestras almas... para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra» (Deuteronomio 4:15-16).


Ciertamente la Biblia habla de santos, pero no de los que han muerto, sino de los santos vivos  (“santo” significa apartado del mundo para Dios). El apóstol Pablo escribe: «A los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso (todos los creyentes de aquella ciudad) (Efesios 1:1). De la misma manera envía sus saludos por carta a aquellos que eran miembros de la iglesia en Filipos: «Saludad a todos los santos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:21).

La doctrina Católica enseña lo siguiente: “A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes en ellas son representados”… Si observamos bien este dogma católico, a través de las imágenes se les está rindiendo culto a los difuntos, esto es, a aquellos que ya han muerto (los que son representados)... Aparte de la prohibición de hacerse imágenes, la Biblia también advierte: «Y el hombre o la mujer que evocare espíritus de muertos o se entregare a la adivinación, ha de morir; serán apedreados; su sangre será sobre ellos» (Levítico 20:27). «No sea hallado en ti… ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos» (Deuteronomio 18:10,11).


La doctrina del Purgatorio

La Doctrina Católica enseña:
Después de la muerte, las almas de aquellos que no han sido perfectamente purificados en este mundo, son llevadas a un lugar llamado El Purgatorio, para durante un tiempo ser purificadas. Esta purificación es necesaria, con el objeto de alcanzar la perfecta santidad, sin la cual es posible entrar en la Gloria. Por ello la necesidad de un lugar intermedio donde purificar los pecados. El tiempo que estén y el grado de sufrimiento purificador, dependerá de la necesidad de santificación para poder entrar en el cielo.


La Biblia enseña:
Solamente existe el cielo y el infierno (los que hoy mueren sin Cristo se hallan en el Hades, la antesala del infierno), y no hay enseñanza bíblica alguna que respalde un lugar donde después de la muerte las almas se purifiquen:





«Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9:27).

«Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego» (Apocalipsis 20:15).

«Habiendo efectuado (Jesucristo) la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo» (Hebreos 1:3).

«Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad (el evangelio), mediante el Espíritu» (1ª Pedro 1:22).


El relato del rico (léase Lucas 16:19-31), que se vestía de púrpura y lino fino, nos muestra la enseñanza: «Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos» (v. 23). En este lugar, donde van los muertos sin Cristo, no existe purificación alguna. El mismo texto bíblico afirma que para evitar el infierno es preciso atender al mensaje de la Palabra de Dios: «A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos» (Lucas 16:29).

Jesucristo ya realizó la purificación de todos nuestros pecados en la Cruz del Calvario. Y solamente por ese único y suficiente sacrifico podemos entrar en el cielo directamente y de forma gratuita. «La dádiva (el regalo) de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 6:23).
No encontramos en la Biblia un estado intermedio donde las personas fallecidas se purifiquen... Definitivamente, la doctrina del Purgatorio no existe en la Biblia.


La confesión de los pecados a un sacerdote

La Doctrina Católica enseña:
La Confesión es uno de los sacramentos que todo cristiano debe cumplir. Consiste en que si arrepentidos nos confesamos a un sacerdote, y hacemos el propósito de enmendarnos, Dios perdona nuestros pecados por medio del sacerdote. De tal manera que aquellos sacerdotes que han recibido autoridad de la Iglesia, pueden perdonar los pecados en nombre de Cristo. Así que, todo católico que quiera reconciliarse con Dios, después de haber pecado, ha de confesar sus pecados al sacerdote para que éste le absuelva, esto es, reciba el perdón de Dios. A cambio le pedirá que rece algunos padresnuestros o avemarías, como penitencia por los pecados cometidos. De tal manera, el sacerdote es mediador entre el Dios santo y el hombre pecador, haciendo posible la reconciliación entre ambos.


La Biblia enseña:
No existe hombre alguno en la tierra que tenga autoridad para perdonar pecados. Solamente el Creador puede perdonar y borrar nuestras iniquidades. Y así lo hace, cuando el pecador arrepentido, en acto de fe, acude directamente a Dios para recibir el perdón por medio de Cristo.


«El (Dios) es quien perdona todas tus iniquidades» (Salmos 103:3).

«Si confesamos nuestros pecados, él (Dios) es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1ª Juan 1:9).

«Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana» (Isaías 1:18)

«Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová. Y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmos 32:5)

«De Jehová nuestro Dios es el tener misericordia y el perdonar» (Daniel 9:9)

«Así que, arrepentíos y convertíos (entregarse a Dios), para que sean borrados vuestros pecados» (Hechos 3:19).


Nadie puede ser mediador en la reconciliación del hombre con Dios, sino Cristo mismo. Así cita el texto bíblico:«Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo» (2ª Corintios 5:18). El versículo aludido anteriormente es suficientemente explícito en esta doctrina: «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1ª Timoteo 2:5).

El apóstol Pablo, en el Nuevo Testamento, recomienda que el hombre se reconcilie directamente con Dios, sin ningún mediador: «Os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2ª Corintios 5:21).


La infalibilidad papal

La Doctrina Católica enseña:
El Papa es el Vicario de Cristo en la tierra, esto es, el que sustituye a Cristo en este mundo. El Papa es el Sumo Pontífice, o dicho de otro modo, el único puente directo entre Dios y la Iglesia. Además es el Pastor y el Maestro supremo de todo cristiano católico... y sus dogmas acerca de doctrina, fe o moral, son infalibles, es decir, no contienen fallo o error alguno.










La Biblia enseña:
Todo ser humano es pecador, sin excepción alguna... Delante de Dios todos somos injustos, falibles, y como ovejas torpes nos descarriamos fácilmente. La única infalible es la eterna Palabra de Dios.





«Por cuanto todos pecaron, y están destruidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23).

«Como está escrito: No hay justo, ni aun uno» (Romanos 3:9).

«Todos nosotros nos descarriamos como ovejas» (Isaías 53:6).

«Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos. Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo» (Mateo 23:9,10). 

«Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre» (Jeremías 17:5).


Contrario a las atribuciones papales, el apóstol Pablo mantuvo siempre la humildad y declaró de él mismo lo siguiente: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1ª Timoteo 1:15). 

Reiteramos aquí el mandamiento de nuestro Señor: «No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra» (Mateo 23:9).

Son innumerables los pasajes y versículos en la Biblia, donde se reconoce la gran verdad de que no existe seguridad ni permanencia en los dogmas humanos o eclesiásticos, ni en materia de doctrina, ni de fe, ni de conducta. Por el contrario: «La palabra del Dios nuestro permanece para siempre» (Isaías 40:8).


El rito de la Misa

La Doctrina Católica enseña:
En la misa se renueva el sacrificio expiatorio de Cristo, aunque no en forma cruenta, y por lo tanto se vuelve a realizar en cada acto litúrgico la obra de nuestra redención.










La Biblia enseña:
No hay texto en la Sagrada Escritura donde se nos inste a que repitamos el sacrificio expiatorio de Cristo, ni siquiera en forma simbólica.







«Que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo (Cristo) una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo» (Hebreos 7:27).

«Pero ahora, en la consumación de los siglos, (Cristo) se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado» (Hebreos 9:26).


Aclaramos que la participación del pan y la de la copa, la santa cena, es un recordatorio de la muerte de Cristo a nuestro favor. Y se instituyó para que los cristianos no nos olvidemos de que nuestra salvación depende solamente de ese único sacrifico (el pago de nuestros pecados), hecho una vez y para siempre. Tal consideración es lo que nos motiva a los creyentes a adorar a Dios en espíritu y en verdad. «Haced esto en memoria de mí» (Lucas 22:19), fue el mandamiento del Señor Jesús para su Iglesia.


El bautismo de infantes 

La Doctrina Católica enseña:
El ser humano nace con una naturaleza manchada por el pecado original, y por tal motivo los niños necesitan del nuevo nacimiento para poder salvarse.  Con el Bautismo infantil son limpiados de ese pecado original, y a la vez librados del poder de las tinieblas, para de tal forma entrar a la libertad de los hijos de Dios, que son todos los católicos bautizados. Si por el contrario el niño no es bautizado, los padres le privan de la gracia divina, y por consiguiente el niño no logrará convertirse en hijo de Dios.



La Biblia enseña:
Como normativa bíblica el bautismo debe realizarse después de que el hombre o mujer recibe la salvación en Cristo. Por lo tanto no es un requisito para recibir el perdón de Dios y la vida eterna, sino un símbolo que refleja la salvación y nuevo nacimiento recibido de Dios con anterioridad:



«Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios» (Hechos 8:36-37).

«Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres» (Hechos 8:12).3. «Y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados» (Hechos 18:8).


Después de la predicación del apóstol Pedro, se bautizaron aquellos que creyeron en el Evangelio. «Los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas» (Hechos 2:41). Luego, en la Biblia no encontramos que la práctica del paido-bautismo (bautismos de infantes) efectúe la limpieza del pecado original.

Igualmente, el ser humano, alejado por Dios a causa del pecado, no se convierte en hijo de Dios por el bautismo infantil. La Biblia enseña que es necesario creer en Jesucristo y recibirle en el corazón. «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1:12).


La Tradición Católica

La Doctrina Católica enseña:
La Tradición Católica es el conjunto de enseñanzas doctrinales, reglas de fe y conducta, que se han ido conformando a lo largo de los siglos en el seno de la Iglesia, manteniendo al día de hoy la misma autoridad contenida en la Palabra de Dios. Los dogmas de la iglesia Católica, en consecuencia, deben ser tomados como si fueran inspirados por Dios. De tal manera que la Biblia no constituye la única fuente de autoridad suprema, sino la Iglesia y sus enseñanzas.

La Biblia enseña:
Solamente la Palabra de Dios es inspirada por el Espíritu Santo, y por ende la única autoridad para todo hombre o mujer en este mundo. Dicho esto, no podemos considerar las declaraciones de los Concilios, ni los dogmas de los padres o doctores de la Iglesia, como inspirados o autoritativos; y mucho menos si tales enseñanzas se contradicen con las propias Escrituras:


«Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2ª Timoteo 3:16,17)

«Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido(la doctrina apostólica), sea por palabra, o por carta nuestra» (2ª Tesalonicenses 2:15).

«Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros (la enseñanza apostólica, o para nosotros hoy el Nuevo Testamento)» (2ª Tesalonicenses 3:6). 


No son pocas las ocasiones en las que Jesús denunció esta malsana práctica:


«¿Por qué también vosotros quebrantáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición?» (Mateo 15:3).

«Invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido» (Marcos 7:13).

«Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres» (Marcos 7:8).

«Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición» (Marcos 7:9).


Aparte de las Santas Escrituras, la Iglesia Católica utiliza la llamada Tradición eclesiástica como fuente doctrinal y autoritativa. Pero, sin embargo, las palabras del Señor, hoy como ayer, vuelven a cobrar la misma fuerza y practicidad: «Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres (Mateo 15:8,9).

Con toda seguridad afirmamos hoy que la Biblia es infalible, pero no la Iglesia, ni tampoco sus representantes.«Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (1ª Pedro 1:21).Por tal razón advirtió el apóstol Pablo a aquellas comunidades cristianas del primer siglo: «Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema (maldito)» (Gálatas 1:8). 

En conclusión, si existe contradicción entre lo que los hombres enseñan y la propia Escritura, bien sean llamados maestros, doctores o papas, el cristiano tiene que responder como hizo Pedro y los demás apóstoles:«Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29).

De hecho, uno de los requisitos para el reconocimiento del “Canon bíblico” (los libros de la Biblia, en este caso del Nuevo Testamento) era precisamente contener la inspiración divina y el sello de la autoridad apostólica. Y en la conclusión de esos aprox. cuatro siglos que duró el reconocimiento eclesial del “Canon”, no hubo otros escritos que se consideraran como inspirados, aparte de los que tenemos hoy en la Biblia. Por ello, en aquellos siglos los escritos de los padres apostólicos, o declaraciones conciliares, no tuvieron autoridad bíblica. Pensemos bien, si en aquel tiempo la Tradición no fue considerada inspirada o autoritativa para la Iglesia, mucho menos autoridad tendrán hoy los escritos que no sean las mismas Escrituras. Hacemos bien si tomamos ejemplo de los primeros cristianos en Berea: «Escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17:11).

En su proceder práctico la Doctrina Católica sitúa en primer lugar la “Sagrada Tradición”, dejando en un segundo lugar la autoridad de la Biblia. Sin embargo, los cristianos tenemos la Palabra de Dios inspirada, que además fue reconocida como única y definitiva autoridad celestial por la Iglesia primitiva, para ser leída, creída y obedecida.«Porque la palabra de Dios es viva y eficaz» (Hebreos 4:12).


PORTAVOCES DE VIDA.

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